domingo, 13 de septiembre de 2009

La casa de Antoine -

Al concluir su intervención en los Cursos de Verano de El Escorial, Ismael Serrano y quien escribe nos dimos un abrazo, nos miramos a los ojos y tratamos de calcular a vuelapluma el tiempo que ha transcurrido sin poder saludarnos. No sé él, pero en mi caso valoraba mucho más lo sucedido entre medias que en cuánto ha transcurrido todo ello. Y fundamentalmente, valoraba si el retiro voluntario ante esa mirada honesta y profundísima, que se clava hasta el fondo de las sensaciones, había tenido algún efecto o si merecía rememorarse el “decíamos ayer” de Unamuno.

Le dije a Ismael que año y medio y él respondió rápido: “sí, por lo menos…”, pero en realidad no ha sido tanto. La penúltima vez fue aquella noche en Linares en que mi admirado Manu Román cumplió un pequeño sueño al conocerle. Y la última, una madrugada en un pueblo de Barcelona, con pocas horas de descanso antes de agarrarme un Ave a Madrid y cerrar editoriales porfiando contra las legañas. Hablo de mayo de hace un año. Así que apenas pasaron 14 meses. Lo necesario para hundirse, reformarse, quemar las naves, comprarme una chalupa y tratar de seguir navegando y reconstruyéndome. Ahora ya puede pasar el tiempo que sea necesario. Ya no miro a Ismael como antes, aunque siempre me embargue la admiración al hacerlo…

En la sede más alejada de la civilización de las tres en que se desarrollan los Cursos de Verano de El Escorial tuvo lugar la última sesión del Curso sobre música de autor que ha celebrado la Fundación de la SGAE. Un curso necesario, que quizás pudo prescindir de algunos asuntos en beneficio de otros más adecuados, pero reconfortante en tanto a que ha permitido repasar el “status quo” de un género que no está tan mal como creen algunos, ni tan bien como sería deseable. Esta última sesión la protagonizaron Inma Serrano, que pocas horas antes estuvo en mi emisora contando su proyecto de un disco para recaudar fondos en pro de construir una escuela en Ghana, Pedro Guerra y el propio Ismael. El director ha sido Patxi Andión (inolvidable su “si yo fuerrrra mujerrrr…”) y en la sala escuchaban unas 50 personas.

Lo grabé todo… Empecé rememorando tiempos pasados dando al botón rojo sólo cuando hablaba Ismael. Pero luego me pareció sensato y sosegado todo lo que decía “Peter War” y también lo grabé. Y luego Isma e Inma se picaron y también lo grabé. Y luego Patxi Andión contó un par de batallitas muy emotivas y también las grabé… Así que durante estas horas, acusando y curando cansancio acumulado, he sufrido esa duda tan periodística de si volverlo a escuchar entero, echar mano sólo de mis notas o quedarme con los titulares en esencia y comentar lo grabado a fuego.

…Y si soy sincero, me quedo con un par de comentarios de Guerra e Ismael, que algún día servirán para alguna historia de esas que fabulo en sueltas madrugadas. Y sobre todo me quedo con la claridad del Maestro Joaquín Guzmán, que estuvo sublime. Y del que además tuve la suerte de poder recibir aclaraciones de lo dicho en el viaje de vuelta. En su calidad de “prescriptor de canciones”, Guzmán fue imparcial, riguroso y analítico. Incluso lo fue para titular esas horas como “una mañana agradable”, título que adopto literalmente. Porque aunque las emociones ya no sean iguales y mi nuevo rol de crítico fecunde otros acentos. Y aunque echara de menos que salieran mencionados nombres como los de Cifuentes, Alex Martínez, Luis Ramiro, Andrés Suárez y otros, sé que el mundo no es perfecto. En Madrid, al llegar, esperaba la rutina. Ojalá haya más mañanas como esta para redimirla…

jueves, 10 de septiembre de 2009

Bruce Springsteen

TRIBUNA: Pablo Salvador Coderch
Viejo corazón de América
Pablo Salvador Coderch 10/09/2009



Ni somos ni tenemos su voz, pero cuando Bruce Springsteen cumpla 60 años, el próximo 23 de septiembre, el corazón de América habrá empezado a envejecer
. "¿Has visto alguna vez a un perro con una sola pata abriéndose camino calle abajo?", pregunta en su última canción. "Si alguna vez has visto a un perro con una sola pata, entonces me has visto a mí" (The Wrestler, Working on a Dream, 2009).



A sus 60 años, Bruce Springsteen sigue encarnando el optimismo envidiable del sueño americano.
La letra de esta canción de perdedores es tan disparatada que casi rocé la tentación de masacrarla. Hay muchos perros cojos -yo tengo uno- pero aunque no sé de ninguno que a falta de tres patas camine, la canción lo hace y de qué manera: último eslabón de una cadena de aciertos, cierra los créditos de El Luchador, de Darien Aronofky (2008), anudando el estómago de los espectadores sobrecogidos por el regreso infinito de Randy The Ram -El ariete- Robinson, viejo luchador profesional idéntico al mejor Mickey Rourke, sólo que más mayor.

Springsteen parece haber nacido para correr en defensa de las personas corrientes, cuyos sueños se desvanecen invariablemente al cabo de la adolescencia. Canta y vuelve a cantar historias de trabajadores blancos, escolarizados lo justo y que habitan los Estados casi en ruinas del oxidado Medio Oeste. Década tras década, en sus baladas aparecen mujeres desesperanzadas (Thunder Road), chavales casados a trompicones (The River), ciudades que se vienen abajo (My Hometown, Youngstown, My City of Ruins). Pero siempre, absolutamente siempre, estalla entre ellas un rock comercial excelente, interpretado con rudeza y un magnetismo que conjura a tres generaciones de aficionados en centenares de estadios (Badlands, Prove it All Night, Radio Nowhere).

Alma de cantautor felizmente vendida al diablo del éxito, Bruce Springsteen domina el oficio de detenerse al borde del abismo insufrible, tedioso o -aún peor- dulzón del apólogo. Uno va a un concierto para divertirse, no a que le riñan. Añadan la habilidad de haber sabido rodearse de todo aquello que un hombre blanco no conseguirá ser jamás: una mujer, Patti Scialfa, que es la suya, o la sombra cálida y gigantesca de Clarence Clemons. El que, finalmente, su banda se caiga a pedazos ya casi no importa.

Renacido al éxito en esta década con un disco compuesto en respuesta al atentado a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 (The Rising, 2002), Bruce Springsteen hizo ver a sus compatriotas que la mayor parte de las víctimas habían sido trabajadores, el corazón de América, no ejecutivos ni profesionales de Manhattan. Siguieron otros cuatro buenos discos y una gira tras otra. Hasta hoy.

Sin embargo, demográfica y culturalmente, el mundo que canta Springsteen lleva años despidiéndose: hoy ni el país ni su presidente, ni el Partido Demócrata en el poder giran en torno al cinturón industrial del Medio Oeste -el Ohio de Youngstown y sus acererías arruinadas-, aunque para la victoria de Obama fue crucial su condición de senador por Illinois. De nuevo, el índice de paro roza el 10%, como hace un cuarto de siglo, cuando Bruce Springsteen estaba en su apogeo. Pero sus canciones de jóvenes blancos recién salidos de una escuela católica y arrojados a las líneas de montaje de los Grand Torino de Clint Eastwood pertenecen al pasado. Por cada cuatro escolares adolescentes blancos ya hay uno hispano, y muchos jóvenes profesionales de la década actual saben más de Steven van Zandt por su papel en Los Soprano, una serie de televisión, que por su contribución crucial al mejor Springsteen y a su E Street Band.

Pero resistan ustedes también a la tentación de enterrar a la vieja América. Obama prevalecerá si acierta a soldarla con la nueva, pues el éxito del último intento recrea, mágico, el interés por los logros anteriores. Los norteamericanos conservan una genuina capacidad de reinventarse a sí mismos, de encarar nuevos retos más allá de las fronteras de la edad. En el sueño americano sigue habiendo un optimismo envidiable y que, en buena medida, está integrado por la sólida creencia de que a uno sólo le retira obligatoriamente la biología, de que siempre se puede volver a empezar. Si usted sabe hacer algo y está dispuesto a esforzarse por conseguirlo, no se preocupe, le dejarán intentarlo.

Springsteen encarna ese viejo corazón de América hasta en su último disco (Working on a Dream): si trabajáis de verdad para que vuestro sueño cobre vida, no os preocupéis; aunque todos digan que los problemas están ahí para quedarse, no os preocupéis, saldréis adelante. Sigue siendo el amo.


Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.